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Dialéctica del cuerpo

Arturo Duclos

 

El complejo proyecto de Clarisa Menteguiaga, (Buenos Aires, 1977) Tratado sobre el aura, se originó con el modesto afán que su autora hizo, sobre el insistente llamado hacia la barbarie ecológica del período Antropoceno. Desde una visión materialista la artista ha venido creando un ingente cuerpo de obra utilizando recursos de origen natural para crear objetos que se unen al cuerpo, máscaras, estolas, golas, capas, tocados y bufandas con materiales biológicos e inertes. Luego creó pancartas contra los agentes contaminantes, usados por el hombre en la agricultura y nuestra alimentación, haciendo uso del bordado, esta vez usando sus propias manos como soporte y como cartel político. Menteguiaga testimonia en este cuerpo de obra, sobre la infamia, y da cuenta del inclemente avance de la civilización en vías a la destrucción total y acelerada de nuestro hábitat. El único, que en realidad poseemos y habitamos. Oponiendo ante esta certeza, la fragilidad de sus gestos visuales, denunciatorios de un avasallamiento implacable hacia la naturaleza. 

Desde un pulcro cruce entre arte y vestuario, el cuerpo es el que siempre está presente en sus operaciones, en fragmentos o como unidad; y esto la lleva a entender un extraordinario hallazgo sobre su material de trabajo, el cuerpo. El cuerpo como extensión material de la inteligencia es un cuerpo dialéctico. Es un cuerpo que alterna entre un polo negativo y otro positivo.

Bajo esta tesis basada en la polaridad, la artista comenzó a investigar desde diversos sistemas de conocimiento y de creencias, así como en el territorio de las artes. En sus primeros avances fue identificando los principios de protección del cuerpo y de la energía. Primero creando exoesqueletos con algas marinas, y luego con pequeñas placas usadas como revestimientos, hechas de cobre. Estas piezas corporales tienen un atractivo muy particular, desde la materia con que están confeccionadas, hasta las formas que se adaptan e interactúan con el cuerpo humano.

Investigando con estos materiales inertes y reciclados, una gran característica del trabajo de Menteguiaga, poco a poco comenzó a ingresar en la piel. Fue entonces que provino su mayor descubrimiento. Del contacto directo del cobre con la piel se puede obtener un mínimo de energía eléctrica, y este fue suficiente para encender una ampolleta led, de acuerdo a la eficiencia del dispositivo de captura, y para mandar una señal eléctrica a través de ondas a otro dispositivo.

Así como la tecnología médica ha creado dispositivos impresionantes para leer y analizar nuestro cuerpo, utilizando aplicaciones de las ciencias, unido a las tecnologías de la imagen, algunos artistas vienen investigando desde la década de los sesenta y más adelante, en los cruces de la ciencia y la tecnología, para producir en sus obras experiencias artísticas y poéticas. El artista Luis Benedit creaba sus Biotrones y Fitotrones desde 1968, consistentes en sistemas de vida biológica contenidos en vitrinas, con vida vegetal y animal, combinando las prácticas de la investigación artística con la investigación científica. En ese mismo período otro artista argentino, Víctor Grippo, realizó, quizás su obra más importante, Analogía, donde extrae un mínimo de electricidad desde un conjunto de papas, registrado en voltímetros presentes en sus instalaciones. Con estos datos, el proyecto de Clarisa Menteguiaga, cobra aún más valor cuando se suma a una investigación ya existente, la cual se va ampliando y tomando otros giros poéticos cuando el cuerpo humano esta presente. Así como Grippo, obtiene desde las papas la energía para encender una pequeña luz, Menteguiaga hace algo similar con el cuerpo. Otro elemento interesante es como este hallazgo surgió; ya que la artista creaba con pequeñas piezas de cobre, retículas, a la manera de capas que se adherían al cuerpo. En cierta manera el trabajo que he citado de estos dos artistas argentinos también se vincula desde la alquimia y desde allí el reconocimiento químico de la materia. A esto sumo las prácticas de antiguas creencias afroamericanas que fueron fuentes de investigación para Hélio Oiticica, en sus bolides y parangolés como contenedores y despliegues mágicos de energía, contenidos en el cuerpo humano, traspasado y atrapado en otros cuerpos y objetos, en una suerte de animismo. Energía que, en este caso, Menteguiaga produce a partir del cuerpo para convertirla en luz y señal traspasada a otros circuitos de energía que ella manipula en proyecciones de luz.

La luz ha sido símbolo relevante en todos los sistemas de creencias de la historia de la humanidad. Alude a la creación, a la energía de dioses diversos, representa el origen de la vida en el reino animal y vegetal: la expresión “dar a luz” significa iluminar la vida. Por otra parte, su ausencia marca el camino a la muerte, se asocia a las tinieblas, la ignorancia y el mal. Es esta dialéctica permanente entre la luz y la oscuridad, el motor fundamental de la nueva investigación de Clarisa Menteguiaga: transmite pequeñas señales eléctricas de un cuerpo a un circuito en movimiento y lo altera su pulso y ritmo, en una operación que requiere de la oscuridad para activarlo, para hacerlo visible.

La dialéctica permanente entre luz y oscuridad nos conduce a reificar y convertir en materia cualquier fenómeno sicologista hacia donde nos pueda llevar la especulación sobre el aura. Si bien los seres vivos irradiamos una energía en nuestros cuerpos, esta energía, química que generamos por nuestra actividad biológica, tiende a ser parte de procesos metabólicos y anabólicos permanentes, y que perviven hasta unos días después de muerto el cuerpo. Su captura nos permite recoger esos mínimos impulsos eléctricos y convertirlos en energía palpable, material. Esta fascinante dimensión de nuestro cuerpo ha llevado a proyectar el dispositivo de Menteguiaga, que hoy sin duda, cuenta con mucho mas acceso a tecnologías que nos permiten aprovechar esa energía y convertir esas invisibles señales en signos, sutiles emanaciones que se pueden transmitir a otros sistemas de energía, para visualizarlas y entender más ese espectro invisible pero manifestado en luz. Al respecto la artista nos dice “La luz nos permite fijar vitaminas, también nos permite ver, nuestra retina puede captar fotones a través de los fotorreceptores, que realizan la conversión en impulsos nerviosos que el cerebro transforma en imágenes.”1

Y es esta analogía entre nuestro complejo sistema de visión humana y estas transferencias de energías de un cuerpo a otro como sistema, para poder visualizar esa energía la que se realiza en esta singular operación.

Por otra parte, la artista recurre permanentemente a diversos sistemas tecnológicos y de creencias para explicar la dimensión visible del aura, que se manifiesta vía bluetooth como metáfora de lo invisible de los impulsos nerviosos y energéticos, que desprende un cuerpo a otro cuerpo, que encarna esos atisbos de aura o energía. Estos primeros pasos son tal vez, para la artista, el salto que la humanidad debe dar para verse en el otro y entendernos como cuerpos. Tomar conciencia de nosotros mismos, de nuestra especie humana. Pasos que tal vez en literaturas futuristas o de civilizaciones perdidas ya serían conocidos, y que solo deberíamos profundizar para un mejor entendimiento y traernos de vuelta a la naturaleza. Ilusión incierta sobre el futuro del hombre que avanza inexorablemente en el siglo XXI hacia un proceso total de deshumanización, lo que implica no ver al ‘otro’ como humano. Por eso este reciente cuerpo de obra de Menteguiaga, recoge una reflexión profunda sobre el conflicto entre el hombre y la naturaleza: la tesis de que el Antropoceno es el inicio de nuestro propio fin. Para Žižek, “el hombre en cuanto tal es “la herida de la naturaleza”, no hay retorno al equilibrio natural. Para estar en conformidad con su entorno, lo único que el hombre puede hacer es aceptar plenamente esta fisura, esta hendidura, este estructural desarraigo, y tratar en la medida de lo posible de remendar después las cosas. Todas las demás soluciones —la ilusión de un posible regreso a la naturaleza, la idea de una socialización total de la naturaleza— son una senda directa al totalitarismo.”2

Esto explica además la reflexión sobre los medios no invasivos que explora la artista en la búsqueda de formas de producción y comunicación con el uso de tecnologías inocuas, conscientes con el medio ambiente, como parte de un método socialmente responsable. De lo cual se hace responsable en su producción reciente y que se extiende también al diseño de productos utilitarios realizados con materiales reciclados. La artista está consciente que estos son micro gestos políticos, que se deben sostener a pesar de la irracionalidad del capitalismo, que nos llena, rebalsa y excede con su deseo autodestructivo.

Volviendo a nuestra obra, esta transferencia “aurática”, solo la podemos ver tecnología mediante, con la oscuridad como soporte. La luz solo se puede percibir ante la sombra, principio dialéctico que atraviesa como fundamento este proyecto, ante la visión binaria del cuerpo. Tal como lo enuncia la artista: “Tratado sobre el aura reflexiona irónica y poéticamente sobre la dualidad de toda existencia, la polaridad que domina nuestras vidas, los opuestos enlazados por diferencias de grado, haciendo foco en el par: luz y oscuridad”3. El insistir sobre esto necesariamente involucra al ‘otro’ como cuerpo que colabora a la visualización del aura. Es así, como la artista radicaliza la función estática del aura, como una luz fija, celestial, remitida a los personajes santificados y la entrega a la gestualidad del cuerpo ‘otro’. Cuerpo que se desplaza, pone en movimiento y escenifica el aura. Cuerpo que despliega, traduce al ’otro’, bajo un canon espectral y azaroso, tan indeterminado que solo depende de la cámara para ser captado, algo así como ver el retrato de un fantasma, evento de por sí rodeado de misterio. Tan misterioso como la energía del orgón que buscó visualizar entrañablemente Wilhem Reich en sus experimentos en la primera mitad del siglo XX.

Así como Isadora Duncan, exploró e incorporó las nuevas tecnologías para bailar, creando una nube de seda iluminada por los modernos dispositivos eléctricos, para la iluminación teatral a principios del siglo XX, Menteguiaga incorpora también a una bailarina, como performer de su operación lumínica, quien gestualiza en el movimiento estas extensiones del aura totalmente desacralizadas, para entregar una experiencia al espectador. Enseguida la artista recoge esta acción performática en fotografías montadas sobre cajas de luz que son exhibidas como documentos y una video proyección, la obra en sí, que es emulada en tiempo real por una intensa coreografía. El resultado es un ensayo espectral del movimiento de un cuerpo luminoso.

El Tratado sobre el aura, confirma la visión anticipatoria de los diversos relatos de historias contenidas en antiguas creencias, sobre este cuerpo químico-lumínico, que es solo dado a ver a ciertos iniciados que reconocen los humores de los cuerpos vivos, una especie de ciencia ancestral que nos fue quitada por los dioses y que hoy el hombre busca como herramienta de conocimiento en la inmutable declinación del Antropoceno.

 

1.Menteguiaga, C. (2020) Tratado sobre el aura. Texto en PDF.

2.Žižek, S.(2003) El sublime objeto de la ideología. 1a . ed. Siglo XXI Editores Argentina. Buenos Aires.

3.Menteguiaga, C. (2020) Tratado sobre el aura. Texto en PDF.

Arturo Duclos

Curador, Artista Visual, Profesor de Arte.
Estudió Artes Visuales en la Pontificia Universidad Católica de Chile.
Ganador de premios, distinciones y becas en Chile y el extranjero.
Exposiciones individuales y colectivas en Chile y el extranjero.


 

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